En recuerdo de mi abuelo y en su honor. Un Jurdano de Casares.

Recuerdo las noches que siendo yo niño, pasamos en la dehesa de Porteros, durmiendo en las calurosas noches de agosto junto a los haces de trigo en la era. Le recuerdo con su mochila al hombro y su bota llena de vino. Le recuerdo con su perra Pinta siguiéndole a todos los lados, su sombrero ladeado y su cigarro a punto de quemarle el labio; con el "sacho" al hombro. Le recuerdo sanando animales. Llenan mi memoria sus gestos ahora repetidos en alguno de mis hijos, haciéndo bailar el brazo como si "le quitaran lo bailao". Le recuerdo danzar joteando la música jurdana. Le recuerdo junto a mi abuela, la mejor abuela del mundo. Cierro los ojos y le veo, haciendo lo que cualquier jurdano de la época: cuidando sus cabras, podando los olivos, vareando y recogiendo aceitunas, segando, regando, sembrando, haciendo portillos; aparejando su "jaca", recogiendo las sogas y lazos de las caballerías, acarreando, cargando los "jergones" de la paja, "acalcándolos" para que entrara más; Mi abuelo era uno de esas personas felices con lo que tenían. Casi nunca lo vi enfadado, sólo cuando perdía una "chiva" que él quería dejar para criar y terminaba en la sartén. Mi abuelo le daba importancia de verdad a lo que realmente la tenía. Mi abuelo no tenía enemigos. No necesitaba desear mal a nadie, sabía hacer "oídos sordos" a los que lo criticaban y sabía muy bien como eludir una discusión. Sabía reirse por lo bajo de todo y de todos. Buena persona y un poco dejado en la defensa de lo suyo, tuvimos la suerte de tenerlo a nuestro lado hasta que en el año 1994 nos dejó. Vi su cara cuando nació mi hijo mayor, al cual tuvo en sus brazos cuando apenas contaba con dos meses y medio. Mi abuelo se conformaba con poco y disfrutaba con las cosas sencillas. No era avaro, ni deseaba nada que no fuera suyo. Fue un hombre de su tiempo, un hombre de las jurdes, de aquellas que ya no volverán. Hoy quiero empezar este blog con un homenaje a mi abuelo.